Hace un cuarto de siglo, el profesor John Joseph Mearsheimer[i] pensaba que “entre Ucrania y Rusia la situación estaba madura para que entre los dos países explotara una encarnizada rivalidad en materia de seguridad”[ii]. Por otra parte, argumentaba el teórico del llamado “realismo ofensivo”[iii], “las grandes potencias divididas por una línea fronteriza muy extensa y desprotegida, como la que separa a Rusia y Ucrania, entran a menudo en conflicto impulsadas por el temor por su propia seguridad”[iv]. Según Mearsheimer, era poco probable que estos dos países superaran esta dinámica y establecieran relaciones de coexistencia armoniosa; por ello, cuando Ucrania en 1994 se declaró dispuesta a renunciar al armamento atómico y firmar el Tratado de no proliferación nuclear, el politólogo estadounidense expresó su desaprobación, considerando que Ucrania, al privarse de la disuasión nuclear, se expondría al riesgo de ser atacada por Rusia.

Samuel Huntington, quien fue consejero de la administración estadounidense en tiempos de Jimmy Carter, reprochó a Mearsheimer por ignorar completamente, por un lado, “insiste en los estrechos vínculos culturales, personales e históricos entre Rusia y Ucrania y el entrecruzamiento de rusos y ucranianos en ambos países”[v] y, por el otro, “se centra en la línea de fractura de civilización que separa la Ucrania oriental ortodoxa de la Ucrania occidental uniata, hecho histórico fundamental”[vi]. Por lo tanto, el teórico del “choque de civilizaciones”, mientras juzgaba poco probable el estallido de una guerra ruso-ucrania, subrayaba la posibilidad de que Ucrania se dividiera en dos, prefigurando una “separación que, atendiendo a los factores culturales, podríamos predecir que sería más violenta que la de Checoslovaquia, pero mucho menos sangrienta que la de Yugoslavia”[vii]. De manera que, en opinión de Huntington, era necesario solicitar a Ucrania deshacerse de su arsenal y promover “una asistencia económica importante y otras medidas para ayudar a mantener la unidad e independencia ucraniana y patrocinaría un plan de emergencia para la posible desintegración”[viii] del país.

A pesar de algunas tesis cuestionables, como aquella relativa a las largas líneas fronterizas que generan frecuentes conflictos[ix], las posiciones expresadas por los dos estudiosos estaban viciadas por una debilidad básica, porque tanto Mearsheimer como Huntington ignoraban el factor preponderante y decisivo que tarde o temprano conduciría al enfrentamiento entre Rusia y Ucrania convertida en “independiente”, es decir, el histórico impulso expansionista de los Estados Unidos hacia el corazón del continente euroasiático. Sin embargo, en 1993, en la revista “Foreign Affairs” aparecieron tanto el citado artículo de Mearsheimer como el artículo de Huntington[x] en el que se formulaba originalmente la teoría del “choque de civilizaciones”, el mencionado impulso se hizo más evidente, pues al sobrevenir acontecimientos como el hundimiento de la Unión Soviética (26 de diciembre de 1991), el fin del Comecon (28 de junio de 1991) y la disolución del Pacto de Varsovia (1 de julio de 1991), además el evento de 1990, la reunificación de Alemania, un territorio anteriormente sometido a la influencia soviética, el de la República Democrática Alemana, había entrado a formar parte de la OTAN. Pero anteriormente – poco antes – de estos acontecimientos, el 2 de agosto de 1990, Estados Unidos había promovido y liderado contra Irak la agresión conocida como la “primera guerra del Golfo”; y poco después, el 17 de abril de 1992, habían entrado en Kabul, obligando a huir al presidente Mohammad Najibullah, los guerrilleros de la Alianza del Norte, financiados, armados y entrenados por la CIA durante las administraciones de Jimmy Carter y Ronald Reagan, quien los definió “luchadores por la libertad […] que defienden los principios de independencia y libertad, que forman las bases de la seguridad y la estabilidad mundiales”[xi].

El avance occidental hacia las fronteras de Rusia estaba solo en sus inicios, de modo que no era difícil prever que, después de haber destruido Iraq y alejado de Moscú a Afganistán, Washington habría tratado de transformar en el principal puesto antirruso ese pivote geopolítico ucraniano que, según las indicaciones de Zbigniew Brzezinski, era indispensable desconectar de Rusia, si se quería impedir a esta última “convertirse en un poderoso Estado imperial, por encima de Europa y Asia”[xii].

La conquista de Ucrania para el campo occidental, que tuvo lugar en 2014 con el golpe de Estado de Euromaidan, se inserta en el contexto de las “alargamientos” de la OTAN, que han extendido la hegemonía estadounidense a países que anteriormente habían formado parte de la URSS o del llamado “campo socialista”. El territorio de Alemania Oriental y el enclave de Berlín Oeste se incorporaron a la OTAN el 3 de octubre de 1990, con la reunificación de Alemania; el 12 de marzo de 1999 se convirtieron miembros de la OTAN: Polonia, la República Checa y Hungría (cuarto alargamiento); el 29 de marzo de 2004 se incorporaron a la organización atlántica: Estonia, Letonia, Lituania, Eslovaquia, Rumanía, Bulgaria y Eslovenia (quinto alargamiento); el 4 de abril de 2009 fue el turno para Albania y Croacia (sexto alargamiento); el 5 de junio de 2017 esta vez fue Montenegro (séptimo alargamiento); finalmente, el 27 de marzo de 2020, le tocó a Macedonia del Norte (octavo alargamiento). Actualmente está previsto la participación de otros cuatro países en el Plan de Acción para la Adhesión (Membership Action Plan – MAP), que prepara el ingreso efectivo en la Organización; se trata de Bosnia-Herzegovina, Suecia, Finlandia y Georgia. Los dos últimos países limitan con la Federación de Rusia, mientras que Suecia le cierra en el Mar Báltico.

Al final, Vladimir Putin se vio obligado a pasar el Rubicón. Ante la reacción de Rusia, un Henry Kissinger ya centenario declaró en una entrevista al “Wall Street Journal”: “Pensaba que Polonia – y todos los países tradicionalmente occidentales que han formado parte de la historia occidental – fuesen lógicamente miembros de la OTAN”[xiii]. Pero Ucrania, dice, era mejor no tocarla y dejar que se convirtiera en un Estado amortiguador entre Occidente y Rusia: “Yo estaba a favor de la plena independencia de Ucrania, pero pensé que su mejor rol era algo así como Finlandia”[xiv]. El balance del ex secretario de Estado, por lo tanto, es fatídico y alarmante: “estamos al borde de la guerra con Rusia y China por problemas que en parte creamos, sin ningún concepto de cómo va a terminar esto o a qué se supone que conducirá”[xv].

El mea culpa de Henry Kissinger se suma al de John Mearsheimer, quien en una conferencia celebrada el 16 de junio de 2022 en el European University Institute (EUI) de Florencia dijo textualmente lo siguiente: “La trágica verdad es que, si Occidente no hubiera buscado expandir la OTAN hacia Ucrania, es poco probable que una guerra hubiera estallado en Ucrania hoy, y lo más probable es que Crimea aún fuera parte de Ucrania. De hecho, Washington ha jugado un papel central en llevar a Ucrania por el camino de la destrucción. La historia condenará severamente a Estados Unidos y sus aliados por su sorprendentemente estúpida política hacia Ucrania “[xvi]. Ciertamente, hoy sería más difícil de lo que era hace veinticinco años atribuir el conflicto ruso-ucraniano a los 1.576 kilómetros de la línea fronteriza que recorre entre los dos países…

Traducción: Francisco de la Torre


NOTE

[i] Conjuntamente con Stephen M. Walt, escribieron en el 2007 el libro: The Israel Lobby and U.S. Foreign Policy; trad. esp.: El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos. Editorial Taurus, Madrid. 2007

[ii] John J. Mearsheimer, The Case for a Nuclear Deterrent, in “Foreign Affairs”, 72, Estate 1993, p. 54.

[iii] El término “realismo ofensivo”, acuñado por el propio Mearsheimer en 1995, se basa en la idea que un sistema internacional anárquico obliga a los Estados a llevar su poder al límite para poder sobrevivir.

[iv] John J. Mearsheimer, The Case for a Nuclear Deterrent, cit., ibid

[v] Samuel P. Huntington, El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Ediciones Paidós Ibérica, S.A., 1997, p. 40.

[vi] Samuel P. Huntington, El choque de civilizaciones, cit, p. 40

[vii] Samuel P. Huntington, El choque de civilizaciones, cit, p. 40.

[viii] Samuel P. Huntington, El choque de civilizaciones, cit, ibidem.

[ix] La frontera entre Estados Unidos y Canadá, la más larga del mundo, mide aproximadamente 9.000 kilómetros; sin embargo, no parece que los dos estados “a menudo entren en conflicto entre sí”. Una observación similar podría hacerse con respecto a Rusia y China, separadas por una frontera de 4.250 kilómetros de largo.

[x] Samuel P. Huntington, The Clash of Civilizations?, “Foreign Affairs”, 72, Verano 1993. Este artículo era una respuesta al libro The End of History and the Last Man, impreso en el 1992 por Francis Fukuyama, un alumno de Huntington.

[xi] Message on the Observance of Afghanistan Day, reagan.utexas.edu, 21 marzo 1983.

[xii] Zbigniew Brzezinski, El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos. Ediciones Paidós Ibérica, S.A., 1998, p. 54.

[xiii] “I thought that Poland – all the traditional Western countries that have been part of Western history – were logical members of NATO” (Henry Kissinger Is Worried About ‘Disequilibrium’, “The Wall Street Journal”, https://www.wsj.com, 12 agosto 2022.

[xiv] “I was in favor of the full independence of Ukraine, but I thought its best role was something like Finland” (Ibidem).

[xv] “We are at the edge of war with Russia and China on issues which we partly created, without any concept of how this is going to end or what it’s supposed to lead to” (Ibidem).

[xvi] “The tragic truth is that if the West had not sought to expand NATO into Ukraine, it is unlikely that a war would have raged in Ukraine today, and Crimea would most likely still be part of Ukraine. In fact, Washington has played a central role in leading Ukraine down the path of destruction. History will severely condemn the United States and its allies for their strikingly stupid policy towards Ukraine” (John J. Mearsheimer, History will judge the United States and its allies, southfront.org, agosto 2022.


Questo articolo è coperto da ©Copyright, per cui ne è vietata la riproduzione parziale o integrale. Per maggiori informazioni sull'informativa in relazione al diritto d'autore del sito visita Questa pagina.


 

Claudio Mutti, antichista di formazione, ha svolto attività didattica e di ricerca presso lo Studio di Filologia Ugrofinnica dell’Università di Bologna. Successivamente ha insegnato latino e greco nei licei. Ha pubblicato qualche centinaio di articoli in italiano e in altre lingue. Nel 1978 ha fondato le Edizioni all'insegna del Veltro, che hanno in catalogo oltre un centinaio di titoli. Dirige il trimestrale “Eurasia. Rivista di studi geopolitici”. Tra i suoi libri più recenti: A oriente di Roma e di Berlino (2003), Imperium. Epifanie dell’idea di impero (2005), L’unità dell’Eurasia (2008), Gentes. Popoli, territori, miti (2010), Esploratori del continente (2011), A domanda risponde (2013), Democrazia e talassocrazia (2014), Saturnia regna (2015).