His ego nec metas rerum nec tempora pono:
imperium sine fine dedi.

Yo ni límites pongo a sus dominios ni les señalo tiempos:
un imperio les he dado sin fin.

(Virgilio, Eneide I, 278-279)

 

Aparecida a mediados del siglo IX, la expresión latina translatio imperii [i] indicó en su origen el concepto según el cual el imperium Romanorum se había trasladado de Constantinopla a Roma. De hecho, considerando que en Constantinopla el trono imperial había quedado vacante, ya que estaba ocupado por una mujer, Irene de Atenas, el Papa León III había coronado en Roma al rey de los Longobardos y de los Francos, Carlos, dándole el título de Emperador de los Romanos. Posteriormente, los escritores de la curia romana pudieron formular la doctrina según la cual León III, verdadero autor de la translatio, había demostrado el poder de disposición de la Santa Sede sobre el Imperio.

En realidad, el primer traslado geográfico del imperium tuvo lugar cuando Constantino, inducido por razones de orden estratégico, fundó una nueva sede imperial en la pars Orientis del Imperio Romano, en el territorio de la antigua Bizancio. El acto oficial de fundación de la nueva capital tuvo lugar el 11 de mayo de 330, cuando Constantino, en calidad de Pontifex Maximus, trazó con su lanza el perímetro sagrado de las murallas [ii]. Sin embargo, aunque se había respetado el antiguo ritual de fundación, Constantinopla estaba en camino de convertirse en una ciudad cristiana: junto a los templos de la religión tradicional, ya estaba surgiendo la iglesia de Santa Sofía.

Asumiendo “el papel de continuadora político-institucional de la Roma imperial” [iii], la nueva capital recibió del concilio ecuménico constantinopolitano del 381, la calificación de “nueva Roma” [iv]; a continuación, como consecuencia del saqueo de la Urbe ocurrido en 410 y de la instauración del reino de Odoacro en 476, Roma e Italia decayeron ulteriormente, de modo que toda efectiva función político-imperial, que había desaparecido en la pars Occidentis, pasó a Constantinopla, donde el basileus seguía representando la autoridad política sobre todo el territorio del Imperio Romano. “El aspecto formal más evidente de esta continuidad se encuentra en el permanente carácter ‘romano’ del emperador de Constantinopla (de la politeia o basileia) que resulta de los títulos y denominaciones oficiales.

Desde el punto de vista material (geopolíticamente, si se quiere) se señala aquí la inclusión de los Rusos en la ecúmene romano-cristiana” [v]; de hecho, antes del llamado “bautismo de la Rus'” de 988 (en 907, en 911, en 944 y en 971) se habían celebrado tratados entre príncipes rusos y emperadores “griegos” [vi].

La conquista otomana de Constantinopla dio inicio a un proceso que hizo madurar la idea de Moscú como la Tercera Roma. Un acontecimiento fundamental fue, el 1 de junio de 1472, el matrimonio de Zoe (Sofía) Paleóloga, sobrina y heredera del último emperador Constantino XI, con el Gran Príncipe moscovita Iván III, quien consideró legítimo atribuirse el título imperial de Zar (Car’, de César) e introducir el símbolo del águila bicéfala.

Otro hecho de particular importancia tuvo lugar en 1492 que, según una datación consolidada en Rusia, correspondía al año 7000 de la creación y debía marcar el fin del mundo. De hecho, fue un año fatídico, que abrió una nueva era histórica, entre otras cosas, extendiendo el poder del Sacro Imperio Romano Germánico “Plus ultra” (según la divisa de Carlos V), de modo que los cambios producidos en Europa occidental habrían hecho “aún más resaltar la continuidad oriental, de la Segunda a la Tercera Roma” [vii]. Sin embargo, el fin del mundo esperado por los Rusos no tuvo lugar; entonces, “teniendo que refundar el calendario, se estableció sobre la base de un nuevo plan providencial que tenía en el centro el rol que Moscú, caídas las otras dos Roma, debía desempeñar en nombre de la herencia cristiana auténtica, la ortodoxa” [viii]. Zósimo, Metropolita de Moscú, anunció el inicio del octavo milenio con estas palabras: “Estamos esperando el adviento del Señor (…) Constantino el Grande fundó la nueva Roma, san Vladimir bautizó a Rusia, ahora Iván III es el nuevo emperador (Car’) Constantino de la nueva Constantinopla, Moscú” [ix].

En las primeras décadas del siglo XVI, fue el monje Filoféi del monasterio de Eleazar en Pskov quien formuló la teoría de Moscú-Tercera Roma. Si bien, la “gran Roma (velikij Rim)” de la antigüedad y el Imperio griego (grečeskoe carstvo)” han perecido, – afirmaba el monje de Pskov – “El Imperio Romano (romejskoe carstvo) es indestructible, porque el Señor fue inscrito [en el censo de Augusto ndr] bajo el poder romano (rimskaja vlast’)” [x]. La eternidad del Imperio de Roma, según la argumentación de Filoféi, no se ve comprometida por la ruina de las potencias imperiales que históricamente precedieron a la potencia imperial rusa, ya que Roma continúa viviendo en su tercera epifanía histórica: el Imperio ruso.  “Todos los imperios cristianos – escribía Filoféi a Basilio III, Gran Duque de todas las Rusias – llegaron al final (priidoša v konec) y fueron reunidos (snidošasja) en el único Imperio de nuestro soberano, según los libros de los profetas, es decir, en el Imperio ruso (roseiskoe carstvo). Porque dos Romas han caído, pero la tercera está firme (stoit) y no habrá una cuarta” [xi]. Los mismos conceptos se repiten en la Carta al Zar y Gran Príncipe Ivan Vasilevič: “Sabe, Majestad, piadoso Emperador, que todos los imperios de la fe cristiana ortodoxa se han reunido en tu único Imperio. Tú eres el único Emperador de los Cristianos en la tierra” [xii].

En 1547, Iván IV el Terrible (Groznyj) fue coronado por el Metropolitano de Moscú, Macario, con el título de “Zar de todas las Rusias”. Una carta sinodal enviada por el Patriarca de Constantinopla le reconocía el derecho “de ser y ser llamado Emperador legítimo y pío, coronado también por nosotros legítimamente y eclesiásticamente, porque, como hemos dicho, él desciende de estirpe y sangre imperial y es de provecho para toda la cristiandad” [xiii]. A Iván IV no se le escapó la importancia política de la translatio de Constantinopla a Moscú: “su Tercera Roma, sí religiosamente heredaba la universalidad de la Iglesia ortodoxo-bizantina, asumía políticamente en sí la continuación de la universalidad política del imperio” [xiv].

El acto conclusivo del proceso iniciado en 1453 tuvo lugar cinco años después de la muerte de Iván IV, en 1589, cuando el Patriarca de Constantinopla Jeremías II Tranos formalizó con un decreto el nombramiento del Metropolita Job como Patriarca de Moscú y de todas las Rusias. La carta constitutiva del Patriarcado, redactada por un “sínodo del nuestro gran Imperio ruso e griego (soborom našego velikogo rosiiskogo i grečeskogo carstvija)”, citaba a Moscú como “ciudad imperial (carstvujuščii grad)” y se dirigía al nuevo Zar Fiódor (Teodoro) I con estas palabras: “Tu gran Imperio ruso, la Tercera Roma, los ha superado a todos en piedad, y todos los imperios piadosos se han reunido en tu único Imperio y, entre todos los cristianos, tú eres llamado el único Emperador cristiano sobre la tierra” [xv]. De este modo, la teoría de Moscú como Tercera Roma “se insertaba (…) en un documento oficial de importancia fundamental” [xvi] que, posteriormente, sería confirmado en Constantinopla por el sínodo de los Patriarcas orientales.

Filoféi había mencionado Roma, Constantinopla y Moscú no en cuanto capitales políticas, sino como las tres sedes de la fe cristiana ortodoxa que se habían sucedido en diferentes épocas a lo largo de los acontecimientos históricos. Roma, la ciudad del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo, había sido vencida por la herejía; Constantinopla, se había derrumbado porque, aceptando unirse a la Iglesia latina bajo la autoridad del Papa, había faltado a su misión; como único baluarte de la verdadera fe, Moscú permanecía en pie.

No obstante, el concepto religioso enunciado por el monje de Pskov estaba destinado a ocasionar algunas “implicaciones geopolíticas” [xvii] de las que habló Mikhail Agursky, como “la idea de la Tercera Roma fue una anticipación de la aspiración futura de Rusia por la centralidad en el desarrollo mundial.” [xviii], de modo que “la idea de la centralidad de Rusia se hizo cada vez más pronunciada, casi como corolario de la expansión territorial” [xix].

Tampoco podía ser de otra manera: la centralidad de Rusia – “ese inmenso imperio intermedio (Zwischenreich) en el que Europa, por decirlo así, refluye hacia Asia” [xx] – indujo a la geopolítica a localizar en el corazón del territorio ruso esa zona geográfica, el llamado Heartland, cuyo control, según la famosa fórmula de Mackinder [xxi], debe ser necesariamente conquistado por aquellos que quieren controlar políticamente Eurasia y, por lo tanto, el mundo entero.

Aquí surge espontánea la analogía entre la centralidad rusa y la centralidad de Roma – la primera Roma – en el Mediterráneo antiguo, así como aparece fundada la identificación de la talasocracia anglosajona (británica ayer, estadounidense hoy) con el paradigma cartaginés. En efecto, si para Simone Weil la nueva Cartago era Inglaterra [xxii], Oswald Spengler veía una identidad neocartaginesa en la potencia anglosajona mayor, portadora de un tipo similar de Zivilisation: “Quien aspira a meros provechos económicos – como en la época romana los cartagineses y hoy en mayor grado aún los americanos – no está capacitado para el pensamiento político puro” [xxiii]. No es diferente el juicio de uno de los máximos historiadores del siglo XX, Fernand Braudel, para quien “Cartago, ciudad nueva, que brotó ‘a la americana’ (…) Es también ‘americana’ por su civilización prosaica, que prefiere lo solido al refinamiento (…) con “inhumana y terrífica piedad (…).” [xxiv]. “Aquí, una vida intensa de negocios, de espíritu ‘capitalista’ incluso, dice sin vacilar un historiador, se acomoda con una mentalidad religiosa retrógrada” [xxv].

En la segunda mitad del siglo pasado, un “geopolítico militante” [xxvi], Jean Thiriart, reactualizó así el dualismo que había contrapuesto Roma y Cartago: “El modelo perfecto de Imperio marítimo sigue siendo Cartago y el modelo perfecto de Imperio continental sigue siendo Roma. En este momento la lucha titánica que se perfila y formará parte del próximo siglo, será la lucha por la hegemonía entre una potencia marítima extensa y una potencia terrestre, entre Estados Unidos y Europa” [xxvii], una Europa que en la visión thiriartiana adquiere dimensiones euroasiáticas: de Vladivostok a Dublín [xxviii].

El enfrentamiento previsto por Thiriart, el que hoy contrapone a la potencia neocartaginesa frente a una Europa representada por Moscú – la única capital europea no sometida a la hegemonía estadounidense – se configura por lo tanto como una guerra púnica. Una cuarta guerra púnica que espera un nuevo Escipión y una nueva Zama.

 

Traducción: Francisco de la Torre


NOTE

[i] La expresión aparece por primera vez, medio siglo después de la coronación de Carlomagno, en la Vita di Willehad, atribuida a Anscario (801-865). Cfr. Gian Luca Potestà e Giovanni Vian, Storia del cristianesimo, Il Mulino, p. 151.

[ii] Louis Bréhier, Constantin et la fondation de Costantinople, “Revue historique”, 119 (1915), p. 241 ss.

[iii] Massimiliano Pavan, Roma, Costantinopoli, Mosca: l’ideologia delle tre Rome, “Il Veltro. Rivista della civiltà italiana”, 1-2, 1984, p. 31.

[iv] “nova Roma, propterea quod urbs ipsa sit iunior Roma” (Mansi, Sacrorum conciliorum nova amplissima collectio, Parigi 1899-1927, III, p. 567; cfr. p. 519).

[v] Pierangelo Catalano, Alcuni aspetti del concetto giuridico di imperium populi Romani, “Studi sassaresi”, VIII Cultura iberica e diritto romano, Serie III, Anno Accademico 1980-81, p. 29.

[vi] Cfr. I trattati dell’antica Russia con l’Impero romano d’Oriente, a cura di Antonio Carile e Andrej Nikolaevič Sacharov, “L’Erma” di Bretschneider, Roma 2011.

[vii] Pierangelo Catalano, Alcuni aspetti del concetto giuridico di imperium populi Romani, cit., p. 38.

[viii] Massimiliano Pavan, op. cit., p. 40.

[ix] In Pamjatniki drevnerusskogo kanoničeskago prava, I, St-Peterburg 1908, pp. 795 ss.

[x] V. Malinin, Starec Eleazarova monastyria Filofei i ego poslanija, Kiev 1901, Suppl. p. 43. (Trad. esp.) La Tercera Roma. Antología del pensamiento ruso de los siglos XI a XVIII. EDITORIAL TECNOS, 2000, p. 115.

[xi] V. Malinin, op. cit., Suppl. pp. 41, 45. (Trad. esp.) La Tercera Roma, op. cit., p. 115.

[xii] V. Malinin, op. cit., Suppl., pp. 50a, 54a s. (Trad. Esp.) La Tercera Roma, op. cit., p. 120.

[xiii] “τοῦ εἶναι ϰαὶ ὀνομάζεσθαι αὐτὸν εἰς βασιλέα νόμιμον ϰαὶ εὐσεβέστατον, ἐστεμμένον ϰαὶ παρʹ ἡμῶν νομίμως ἅμα ϰαὶ ἐϰϰληστιϰῶς. ἐπεὶ ἐϰ γένους ϰατάγεται ϰαὶ αἵματος βασιλιϰοῦ, ὡς εἴπομεν, ϰαὶ παντὶ συμφέρει τῷ χριστιανισμῷ” (W. Regel, Analecta Byzantino-Russica, Petropoli 1891, p. 72).

[xiv] Massimiliano Pavan, op. cit., p. 41.

[xv] Sobranie gosudarstvennych gramot i dogovorov, Moskva 1819, p. 95 s.

[xvi] Pierangelo Catalano, Fine dell’Impero romano? Un problema giuridico-religioso, “Religioni e Civiltà”, 1982, p. 113.

[xvii] Mikhail Agursky, La Terza Roma. Il nazionalbolscevismo in Unione Sovietica, Il Mulino, Bologna 1989, p. 24.

[xviii] Mikhail Agursky, op. cit., ibidem.

[xix] Mikhail Agursky, op. cit., ibidem.

[xx] “(…) jenem ungeheuren Zwischenreiche, wo Europa gleichsam nach Asien zurückfliesst” (Friedrich Nietzsche, Jenseits von Gut und Böse, VI, 208). (Trad. Esp.: Más allá del Bien y del Mal, VI 208)

[xxi] “Who rules East Europe commands the Heartland: who rules the Heartland commands the World-Island: who rules the World-Island commands the World”. World-Island (“Isla-Mundo”) es la expresión acuñada por Mackinder para indicar el conjunto continental constituido por Eurasia y África.

[xxii] “La causa principal de la debilidad de Hitler es que aplica los procesos inevitablemente exitosos en Roma después de la victoria de Zama, cuando aún no ha ganado Cartago, es decir, Inglaterra” (Simone Weil, Escritos históricos y políticos. Editorial Trotta, S.A., 2007, en: II. “Hitler y la política exterior de la antigua Roma”, p. 252

[xxiii] Oswald Spengler: La Decadencia de Occidente. Tomo II. ESPASA-CALPE, S.A., Madrid, 1966, p.553

[xxiv] Fernand Braudel, El Mediterráneo. Editorial Espasa-Calpe, Madrid, 1989, p. 80.

[xxv] Fernand Braudel, op. cit., p. 86

[xxvi] Yannick Sauveur, Jean Thiriart, il geopolitico militante, Edizioni all’insegna del Veltro, Parma 2021.

[xxvii] Jean Thiriart, Hacia la Nación Europea. Artículos publicados en La Nation Européen en 1965-69. “EEUU: un imperio de mercaderes. Carthago delenda est”, Ediciones Fides, Torredembarra, 2015, p. 145. Y aún más, en 1982: “Roma tuvo que destruir Cartago. En el Mediterráneo no había lugar para dos potencias. Nosotros tendremos que expulsar a los americanos del Mediterráneo. (…) El Mediterráneo debe convertirse en un mar cerrado, una especie de gran lago” (Jean Thiriart, Entretien accordé à Bernardo-Gil Mugurza [rectius: Mugarza] (1982), in: Le prophète de la grande Europe, Jean Thiriart, Ars Magna, 2018, p. 96). Trad. Esp.: “Entrevista a Jean Thiriart” por Bernardo Gil Mugarza: Link También en: Jean Thiriart: La Gran Nación: Europa unida de Brest a Bucarest. Ediciones Fides, Tarragona, 2020, p. 155

[xxviii] Jean Thiriart, L’Impero euro-sovietico da Vladivostok a Dublino, Edizioni all’insegna del Veltro, Parma 2018.


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